La historia de las dos bases productivas se enmarca en la de miles de familias campesinas que conforman la organización, a partir de la necesidad de buscar soluciones concretas, a la ausencia de políticas públicas para el sector.

En el oeste bonaerense, cerca de la ruta provincial 6 y la ruta nacional 7, la UTT General Rodríguez tiene cinco años de vida, atravesados por el trabajo, las injusticias, y sobre todo, la lucha diaria. Inocencio Cruz es delegado de una de las dos bases y uno de los productores que comenzó el trabajo territorial en la zona. Al recordar su historia, traza un largo camino imaginario que parte desde el sur de Bolivia, su llegada a Buenos Aires cuando era adolescente, el trabajo en diferentes campos, hasta asentarse con su compañera e hijos en su hogar actual, donde viven y producen: “La mayoría comenzamos como mensualeros, o medianeros, trabajando por día… La crisis del 2001 fue muy jodida, pero seguimos en las quintas, a pesar de todo. A fines de 2016 conocimos a la UTT, y vimos que entre varios productores podíamos organizarnos para conseguir maquinarias y mejorar nuestra producción a través de proyectos. En aquel momento necesitábamos contar con un tractor y presentamos un proyecto. En principio éramos seis, luego diez, quince y así se fueron sumando. Cuando llegamos a ser unos cincuenta logramos comprarlo”.

El crecimiento de la UTT en General Rodríguez decantó en la conformación de dos bases, que en la actualidad suman cien compañeros y compañeras, cuenta Cruz, mientras llena con zapallitos recién cosechados las pilas de cajones, que se agolpan detrás suyo, para ser cargadas al camión por uno de los compañeros más jóvenes. Berenjenas, cebollas de verdeo, pepinos, tomates, choclos y plantas aromáticas, son parte de la producción de las quince hectáreas, donde trabaja junto a una decena de productores y productoras.

“Me di cuenta que unidos podíamos lograr más cosas”, recuerda.

A unos metros, Virginia, su compañera, describe el panorama actual en la zona, sin dejar de trabajar. Pronto surge el diálogo que va desde la preocupación por el precio de las semillas y los fletes, los históricos Feriazos, hasta los avances que surgen a partir de las reuniones del área de género, “visibilizando la situación de las mujeres de la base”, afirma Virginia.

El compromiso de representar a una de las organizaciones productoras de alimentos más importante del país, garante del acceso a productos sanos, de calidad y a precios justos, implicó que el trabajo en las quintas de Rodríguez durante la pandemia fuera casi tan constante como antes que se dictara la cuarentena, en la aparente “normalidad”, plagada de asimetrías que afectan históricamente a las familias campesinas. Inocencio recuerda ese período reciente: “Al principio teníamos un miedo total… pero al tiempo noté que nuestro laburo fue casi como era antes… Los primeros días hubo menos gente, salíamos poco, no podían moverse nuestros hijos, pero después sí o sí teníamos que regar, plantar, cosechar, viajar… En el cultivo lo que manda es la planta, no mandas vos: si no trabajamos, perdemos”. Prueba de ello es el alcance de la producción de las familias productoras: desde Feriazos, en el centro de Rodríguez y la periferia del partido, hasta la venta en grandes mercados de abastecimiento de la zona norte y oeste del Gran Buenos Aires, siempre a precios justos.

 

Robos y violencia, la dura realidad en las quintas

Más allá de los avances de la producción, del paso hacia una producción netamente agroecológica y nuevos talleres de capacitación, la violencia y los robos hacia las familias productoras es una constante en la zona de Rodríguez y en buena parte de las quintas del cinturón productivo bonaerense. Una situación replicada, sin soluciones concretas por parte de las autoridades municipales y provinciales. Varios intentos de usurpación durante 2019 aceleraron la necesidad de organizarse colectivamente y acudir al municipio, la comisaría y las radios locales para reclamar soluciones inmediatas. Nuevas agresiones verbales, amenazas y ataques con armas de fuego durante 2020 se repitieron este año, situación que obligó a los compañeros y compañeras a realizar cortes parciales de ruta y nuevas reuniones con las autoridades, en busca de mayor seguridad en las quintas. A ello se le suma la falta de luminarias y el deficiente estado de los caminos rurales, perjudicando tanto el recorrido diario hacia los sectores productivos, como así también, favoreciendo la impunidad de quienes atacan a aquellos que sólo quieren vivir dignamente.

“Nos han robado dos caballos, cuatro terneros y cinco cabras. Todo sucedió en un par de meses, el año pasado. Nos dejaron sin animales. A pesar de que la quinta está alambrada se meten igual, nos hemos movilizado para buscarlos, hicimos denuncias, pero no recuperamos nada”, relata Inocencio.

Lo propio sucede en otras quintas de la base. El daño que provocan los hurtos de herramientas, maquinarias y animales significan para las y los pequeños productores un perjuicio que delinea el futuro inmediato en lo económico, teniendo que alterar sus gastos fijos de alquiler e infraestructura para las quintas, pero también representan un dolor emocional, relacionado con el vínculo entre las familias y sus animales: parte de una integralidad rural; un modo de vida que excede cualquier valor material. Pese a ello, y a la inacción estatal para dar respuestas integrales a los robos, mejoras de caminos y otras demandas, las familias productoras de Rodríguez colaboran con la gente más postergada: “Acá donamos verduras constantemente, tratamos de ayudar a la gente de la zona y a personas que vienen de más lejos. No queremos enojarnos, ni dejar de dar una mano a quien precisa”, asegura Inocencio, dando cuenta de la realidad del sector que produce alimentos para el pueblo, siempre al lado de quienes menos tienen, sin abandonar la lucha por sus derechos.

Con un horizonte claro de mejorar las condiciones de vida y de producción de las familias pequeño productoras de Rodríguez, las bases de la UTT avanzan sin dejar que el miedo y las problemáticas cotidianas las detengan. Mientras exigen que el gobierno municipal tome medidas para frenar los atropellos contra las y los productores, van creando nuevos proyectos para que la soberanía alimentaria sea una realidad en el oeste bonaerense.